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jueves, 30 de junio de 2011

DISCRIMINACIÓN HACIA LA MUJER

Discriminación hacia la mujer

La mujer y el hombre, más allá de las diferencias físicas, son exactamente iguales y tienen por lo tanto, los mismos derechos y obligaciones, aunque en la realidad no es así y la competencia para que la mujer no llegue a ocupar puestos hasta hoy reservados para hombres es muy fuerte y muchas veces muy desleal.


Incluso a la mujer se le discrimina en los trabajos por ser madre y lo que ello implica, pues en la cultura tradicional machista, la madre es la única que se debe de ocupar de los hijos.
Existen también connotaciones religiosas, donde la mujer es solo considerada para ser madre y atender al marido y el hogar, pero no para ejercer otro tipo de tarea, menos aún, cuando ésta implique estar fuera del hogar muchas horas al día.

Muchos padres (machistas), le cierran la puerta a la posibilidad de que sus hijas puedan estudiar, pues tienen como criterio que cuando las mismas se casen, sus maridos las van a mantener y por lo tanto, gastar en la educación de ellas es dinero tirado a la basura. Ésto limita a la mujer para que tenga la oportunidad de un futuro independiente e igualitario.

Existen infinidad de leyes que protegen a la mujer de la violencia que ejercen por lo general hombres, mismas que no deberían de existir, si la educación incluyera el respeto hacia las demás personas y donde se enseñara que mujeres y hombres se deben de respetar por igual.



También hoy día se piensa que existen trabajos para los cuales la mujer no esta capacitada, pero otra vez se vuelve al machismo y se piensa que la mujer no es tan fuerte emocionalmente para determinados cargos, cuando en realidad, ha demostrado ser capaz y responsable.

Por otra parte, en varios países de Latinoamérica, Asia y África, el nacimiento de una niña se considera una desgracia o un castigo divino. El nacimiento de un niño, en cambio, es motivo de regocijo familiar. En países como Bolivia, donde se conserva la idea de que los hombres están hechos para el trabajo y las mujeres para la cocina, ambos padres lamentan el nacimiento de su hija.
Lo cierto es que, en toda sociedad patriarcal, se enseña a los niños, desde muy temprana edad, a valorar la virginidad y la belleza en las mujeres, y la virilidad e inteligencia en los hombres. Según los cuentos de hadas y princesas, la niña debe ser como Blancanieves o Cenicienta, hermosa y bondadosa si quiere encontrar un príncipe azul, ya que si es una mujer emancipada, con derechos y libertades, corre el riesgo de parecerse a una bruja. 



En las propagandas comerciales se representa el estereotipo clásico de la mujer, quien, además de ser joven y bella, debe saber asear la casa y ser diestra en la cocina. Las niñas deben jugar con muñecas y ayudar a sus madres en los quehaceres domésticos. Esta propaganda ideológica, lejos de estar reñida con el principio de que la mujer tiene los mismos derechos que el hombre, discrimina a la mujer desde el instante en que la presenta como a un ser menos capaz e inteligente que el hombre.
A la mujer se le obliga a quedarse en el hogar para cuidar a los hermanos menores, para ayudar en las labores domésticas, del campo y en el comercio informal. Es decir, las desventajas y la discriminación de la mujer comienzan en la cuna. En el área rural, ellas asisten menos que los varones a la escuela, dejan de educarse a muy temprana edad y, consiguientemente, constituyen la mayor tasa de analfabetismo.
Las niñas  son despreciadas en muchas culturas. Así, en las naciones dominadas por el Islam, la mujer es "ciudadana de segunda categoría". En algunos casos es tan grande la discriminación de la mujer que son tratadas con menos consideración que los animales domésticos. Los hombres no sólo controlan la procreación de hijos mediante el cuerpo de la mujer, sino que, a su vez, ejercen una actitud extremadamente violenta ante el adulterio femenino, que incluye la lapidación, el código de honor y el linchamiento.
En la India, Pakistán y Bangladesh, existe una regla admitida para frenar el crecimiento de la población rural: todas las mujeres que esperen más de un hijo, deben abortar o ser esterilizadas. Si el primer hijo es una niña, la pareja puede tener un segundo hijo; si el segundo hijo también es una niña, puede tener opción a un tercero, pero pagando una multa, así este sistema de planificación es una clara violación a los Derechos Humanos y una discriminación abierta contra la mujer.
En la India, siguiendo las costumbres atávicas, un padre casa a su hija en un matrimonio de conveniencia, previo acuerdo y desembolso de una dote sustanciosa. Si los padres de la novia no satisfacen la demanda, simplemente queman viva a la novia. Y, aun estando prohibido oficialmente este tipo de enlace matrimonial, el 80% de los casamientos se efectúa sobre la base de un pago en dinero o especie.
En la comunidad de los Guijars, en pleno corazón de la India, se mantiene intacta la costumbre de prometer a las niñas apenas nacen y celebrar la boda justo cuando éstas están en la edad de jugar y disfrutar de la vida. Las pequeñas novias alimentan la tradición, ajenas a lo que significan los compromisos que sus familias han decidido por ellas. La boda se celebra tras rituales y ceremonias que pueden prolongarse varios días, sin que las niñas hayan terminado de jugar ni hayan visto siquiera la cara del novio.
En el ámbito rural se dan casos extremos como las "niñas viudas", pequeñas prometidas en matrimonio desde la infancia que, al morir el novio antes de la boda, están condenadas a permanecer en viudedad por el resto de sus días. Esta realidad nos trasmonta a las prácticas matrimoniales de la Edad Media, donde el matrimonio no se decidía por amor sino por conveniencia.
En los albores del nuevo milenio siguen siendo muchas las barreras que dificultan el desarrollo y el respeto de los Derechos Humanos de las niñas. Sin ir muy lejos, en algunas regiones del continente africano, más de 80 millones de niñas y adultas han sido circuncidadas mediante la ablación del clítoris y la infibulación; una forma de violación contra la dignidad de la mujer, consistente en extirpar de cuajo el clítoris y los labios menores, para luego coser la vulva hasta no dejarles sino un pequeño orificio que les permita menstruar y expeler la orina. Asimismo, para evitar el ayuntamiento carnal antes del matrimonio, colocan un elemento extraño en la parte exterior del orificio vaginal. En algunas tribus atraviesan transversalmente los labios mayores con espinas, las mismas que deben ser extraídas sólo por el marido la noche de la boda, como un acto ritual de posesión masculina.
La circuncisión realizada sin anestesia y con cualquier instrumento rudimentario, que va desde un cuchillo de cocina hasta un pedazo de vidrio, se ejerce en niñas recién nacidas o en púberes que acaban de tener su primer flujo menstrual, como una forma, según refieren las creencias ancestrales, de establecer un pacto con los dioses y asegurar la inmortalidad. Empero, la circuncisión, que provoca traumas psicológicos y complicaciones posteriores, no tiene otra finalidad que impedir el goce sexual de la mujer y el ejercicio de sus derechos más elementales; más aún, cuando existen sociedades tribales donde la mujer deber ser sometida a dolorosas experiencias para garantizar su lealtad al hombre y la colectividad, para tener una identidad y cumplir un rol social que le permita ser considerada mujer, esposa y madre.
Estos son solo algunos ejemplos que nos permiten afirmar la idea de que la discriminación de la mujer comienza en la cuna y, lo que es peor, se prolonga a lo largo de su vida.